martes, 25 de junio de 2013

Dejar a sus alas volar




Revolucionaba, no solo su mundo, sino el de todo aquel que la rodeara. Era un alma pura, lo más parecido al concepto de libertad. Era fuerte, valiente, decía su opinión o callaba en los casos perdidos, luchaba contra todo aquello que le pareciera injusto, no se ataba a nadie ni a nada, tan tímida y a la vez tan extrovertida, su sonrisa irradiaba un halo de felicidad que era envolvente, nadie podía contenerse a esa muestra de afecto, de calma, de bienestar. Ayudaba en todo lo que podía, era feliz haciendo más fácil la vida de los demás.
Creía en el amor, pero no en ese amor posesivo, sino en el amor a las cosas, el amor hacia el mundo, en la complicidad y el respeto.
Escribía en algunos momentos, tocaba cualquier instrumento que le viniera en mente, en otros; siempre estaba dispuesta a aprender, bebía de la sabiduría de los demás; bailaba cuando necesitaba soledad, hablaba sin parar, leía, cantaba, lloraba, reía... Le gustaba expresarse, amaba la vida.

Yo una vez le dije: "Pequeña, ahora no te das cuenta, pero cuando crezcas te intentarán cortar las alas, te querrán dominar, domesticar. No les dejes, eres tan real, tan viva, que asustas. Pero todos querrán tenerte para sí mismos. Hazme un favor, cuando llegue ese momento: ¡corre!, ¡vive!... Nunca dejes que te quiten tus ganas de volar".

Y así fue, esta pequeña alma sigue corriendo por el mundo. Si algún día notáis un pequeño cosquilleo cuando estéis frente a ella, la habréis encontrado. En ese caso, queredla, respetarla, así ella nunca se marchará.


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